viernes, 15 de julio de 2011

Mi vencejo





El otro día me encontré un vencejo en la plaza de santa ana.
Me dijeron - échalo hacia arriba que necesita altura para que vuele-

Lo llevé a una plaza pero nada, no podía volar.

Y decidí llevármelo a casa porque creí que era jóven y aún no sabía.
Me hizo mucha ilusión porque no había conseguido nunca ver un vencejo de cerca. Son animales muy majos, no se asustan y son más listos que tu.

El caso es que le di de comer pienso de gatos (como encontré en una web que alguien le había dado), no sé si fue de su agrado pero por lo menos no le mató. Hasta que la segunda mañana de estar el pobre metido en una caja, comiendo pienso de gatos y mareado de mis intentos de que aprendiese a volar obligándole a mantener el equlibrio cuando le movía entre mis manos, esa mañana me miró de manera especial y noté que dijo - Bueno, ¿qué? ¿Me vas a sacar a la terraza hoy? - E inmediatamente le llevé allí, y después  de estar unos minutos contemplando el paisaje de un sexto piso sin ningún edificio enfrente,  hizo un amago de volar.
Me dicidí; -mejor que muera estrellado que no en una caja-
Lo saqué fuera,  lo alcé un poco y voló como si lo hubiese hecho toda la vida hasta que le perdí de vista.

Adios precioso vencejo.

Era más listo que yo, sabía de sobra volar, no le tenía ni miedo al gato (que más de una vez no pudo evitar meter la zarpa dentro de la caja), y sabía comunicarse sin hablar.


En fin, que yo quiero ser un vencejo, que viven en las ciudades, bueno, realmente anidan en ellas, apenan pisan el suelo, y si lo pisan les pasa lo que ha éste que no pueden alzar el vuelo, pueden dormir incluso volando.

Si fuera un vencejo no volvería a pisar el suelo.



Ese ha sido el regalo más bonito en mucho tiempo.
En contra de todas las sentencias de muerte que todos los expertos pronosticaron, el vencejo voló.